Goya en la colección Frick 

José Antonio Val Lisa & Daniel Pérez Artiga 

Retrato de señora (María Martínez de Puga?). 1824. Óleo/lienzo. The Frick Collection, New York. Foto. Michael Bodycomb. 

Gracias a que actualmente se están realizando labores de remodelación en la sede de la Frick Collection en la Quinta Avenida de Nueva York, el Museo Nacional del Prado se beneficia de ello mostrando en una pequeña gran exposición nueve obras de la colección de pintura española (S. XVI-XIX), procedentes de esta institución americana. Se trata de nombres fundamentales para la historia de la pintura como: el Greco, Murillo, Velázquez o Goya. Como novedad, a las nueve obras de la Frick se han añadido cinco cuadros del Prado que se relacionan de manera directa o indirecta con alguna de ellas. De esta manera, y poniendo un ejemplo, el visitante podrá ver emparejado el retrato de Felipe IV de Fraga, pintado por Velázquez en 1644, con la obra El Primo, pues ambos fueron pintados en el mismo lugar, con la misma tela y al mismo tiempo.  

Pedro de Alcántara Tellez-Girón, noveno Duque de Osuna. Ca. 1790. Óleo/lienzo. The Frick Collection, New York. Foto. Michael Bodycomb. 

Historia de una colección.  

Las décadas finales del siglo XIX y especialmente las iniciales del XX constituyen una época de fuerte personalidad en la historia del coleccionismo de pintura antigua europea. Rodearse de obras de los mejores pintores antiguos europeos acabó sirviendo a los nuevos magnates americanos para proporcionarles respetabilidad, a eso hay que sumar que en los países europeos apenas se había desarrollado una política patrimonial proteccionista, y que muchas de las familias que poseían las viejas colecciones no estaban en condiciones de rechazar las ofertas americanas. La Frick Collection, está basada en Henry Clay Frick (1849-1919), que abrió sus puertas en Nueva York en 1935, en un palacio de estilo neorrenacentista construido por el arquitecto Thomas Hastings y culminado en 1914. Muy pocos de los cerca de ciento treinta cuadros que componen la Frick Collection se encuadran en lo que generalmente se llama “pintura española”. Sin embargo, en la mayor parte de los casos son obras de gran calidad y singularidad que, como se ha señalado con frecuencia, contribuyen a dar una fuerte personalidad al conjunto de la colección. Básicamente se trata de El Greco, Velázquez y Goya. Es muy significativa esa relación de nombres, porque si tenemos en cuenta lo muy exigente que fue Frick, y su capacidad de adquisición, entendemos que esas tres eran las únicas figuras de la pintura española que se consideraban realmente importantes y dignas de figurar en una selección escogida. Cuando Frick formaba su colección, las fortunas críticas de estos tres artistas mencionados atravesaban momentos diferentes. Goya, por su parte, llevaba décadas interesando a artistas y público. Sendas exposiciones en Madrid, la que se celebró en 1900 sobre Goya y la de 1902 sobre el Greco, sacaron a la luz nuevas obras y animaron extraordinariamente el mercado internacional de pintura. 

Sería muy tentador por nuestra parte, explicar en este artículo las nueve obras procedentes de la Frick Collection, sin embargo, por motivos obvios, hemos decidido centrarnos en la figura del aragonés Francisco de Goya, de quien la institución americana trae el segundo mayor número de obras, después del Greco: tres retratos y una escena. 

En el Barroco, se exigía en el retrato la exactitud en el parecido, pero con el ennoblecimiento preciso para ensalzar el poder en los hombres y la belleza y fecundidad en las mujeres. Goya empezó a retratar bastante avanzada su carrera, mediada la treintena. Pintó a tres generaciones de la familia real, a aristócratas, ministros, diplomáticos y banqueros; a sacerdotes, artistas y escritores, muchos de los cuales eran amigos, también retrató el suyo, que le atrajo toda su vida, y el de sus parientes. Todos los retratos realizados por el artista aragonés, desde los primeros y hasta el final de sus días en la moderna Burdeos tienen un componente común: expresar la psicología y las sombras ocultas de una personalidad. El artista no tenía miedo mostrar lo que veía, aunque la verdad resulte cruel o incómoda. Esa verdad, sin embargo, no pareció haberle cerrado las puertas de los encargos de relieve, pues recordemos que se hicieron retratar por él las figuras más poderosas de su tiempo, quienes buscaban algo más allá del prestigio que el pintor proporcionaba siempre.  

La fragua. Ca. 1815-1820. Óleo/lienzo. The Frick Collection, New York. Foto. Michael Bodycomb. 

Políticos y aristócratas (Ca. 1795).   

No es la primera vez que este retrato de Pedro de Alcántara Tello-Girón, IX duque de Osuna visita la pinacoteca madrileña, en 2016, fue prestada como obra invitada. Nos encontramos en una de las épocas en las que el artista realizo sus efigies más elegantes. El retrato de la Frick es probablemente el tercero que hizo Goya del duque, tras uno de colección particular fechado en 1785, y el que se incluye en el cuadro de la familia, que data de 1788. Goya en este retrato lo presenta en una pose más relajada, como si estuvieran conversando, las facciones amables y la viveza en los ojos, lo convierten en uno de los rostros más simpáticos que nos ha dejado el pintor. Al vestir de oscuro, y estar proyectado sobre un fondo también oscuro, Goya consigue que distingamos perfectamente uno y otro, construyendo la casaca con numerosos brillos y matices, y utilizando los blancos de la camisa y el pañuelo para que el volumen corporal resulte más nítido.    

Militares y aristócratas (Ca. 1804). 

Estamos en un periodo de calma intranquila que precedió a la tormenta que habría de estallar en 1808. Goya había alcanzado la cúspide de su carrera como retratista real, y comenzaba a realizar retratos particularmente más relevantes para este intervalo de incertidumbre. Este Retrato de un oficial, se identifica con Eugenio Guzmán de Palafox y Portocarrero (1773-1834), conde de Teba, era hermano de la marquesa de Lazán (Ca. 1804, Fundación Casa de Alba), cuadro pintado por Goya, que pudo verse en el Palacio de la Lonja de Zaragoza, en octubre del año pasado. Está representado de busto prolongado y ligeramente ladeado hacia su izquierda, lo que permite al pintor mostrar hasta qué punto eran acusados sus rasgos faciales y revelaban una determinada personalidad poco acogedora para el espectador.  

Retrato de un oficial (Conde de Teba?). Ca. 1804. Óleo/lienzo. The Frick Collection, New York. Foto. Michael Bodycomb. 

Tras la Guerra de la Independencia (Ca. 1815-1820). 

La Frick está formada por obras con las que a sus propietarios les gustaba convivir; de ahí que abunden los retratos de gente elegante o poderosa, los paisajes pintorescos o idealizados o las escenas galantes, temas todos ellos adecuados al estatus y al horizonte vital de los Frick. Son raras las obras en las que se representen temas socialmente conflictivos o describan trabajos de carácter manual. Es por ello que resulta paradójica e inusual la presencia en esta colección de esta obra titulada La fragua. Cronológicamente se sitúa en los años cercanos a las Pinturas negras, cuando el artista realizo otros grandes cuadros como la Última comunión de san José de Calasanz (1819, Madrid, Colección Padres Escolapios), con el que presenta un aire de familia. Goya, sitúa a los herreros en un plano próximo al espectador y crea una perspectiva monumental, a lo que contribuyen la poderosa anatomía y los gestos concentrados de los trabajadores, su ubicación en un escenario parco en referencias espaciales y un uso muy eficaz del cromatismo, que actúa como importante vehículo expresivo. El blanco manchado de la camisa y el rojo ardiente del metal son dos poderosas notas de color en torno a las cuales se ordena una composición en la que predominan los negros y los grises. La inclusión de este cuadro en el llamado Museo Español de Luis Felipe lo convirtió en obra importante para el conocimiento de la pintura de Goya en Europa en el siglo XIX.  

Hacia la modernidad (1824). 

La serie de retratos que realizo en Burdeos y en los meses inmediatamente anteriores a su establecimiento allí forman un apartado especial en el catálogo de Goya. El aragonés dejó un enigmático retrato de una dama, firmado y fechado en 1824. La identidad de la retratada no se ha certificado. El primer propietario conocido de la obra, Aureliano de Beruete, la identifico con María Martínez de Puga, pero no aporto documentación que avalara esa hipótesis. Nos encontramos pues, ante un ejemplo perfecto del poder y la seducción de una obra de arte que transciende su contexto particular. Goya representa a su modelo de tres cuartos, ante una pared en la que se suceden dos planos de color, lo que, ante la ausencia de suelo o de mesas, ayuda a situar mejor a la mujer en el espacio. La joven cuenta con todos los accesos necesarios: un reloj de caja esmaltada y bañado en oro que cuelga de una fina cadena y lleva prendido al pecho; un abanico cerrado en la mano enguantada y un pañuelo que parece reposar sobre su regazo. Coronan unas facciones de porcelana los ojos castaños oscuros que, flanqueados por bien definidas pestañas, nos observan impasibles. La gama cromática también actúa eficazmente en ese sentido: el cuadro se resuelve a base de negros y grises, aplicados con una pincelada ancha y liberal, y que actúan como marco del rostro y las manos, las dos áreas que en los retratos suelen concentrar la expresividad. Tanto el rostro como el cabello están descritos de una manera muy delicada, el perfil derecho de la cara está reforzado por una línea oscura, y aludiendo a la tradición velazqueña, el pintor ha centrado todos sus esfuerzos en reproducir con golpes rápidos y eficaces el efecto del encaje del cuello o los brillos de la cadena dorada. 

Obras maestras de la Frick Collection. Museo Nacional del Prado. Hasta el 2/07/2023.  

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s