José Antonio Val & Daniel Pérez Artigas
La mayoría de los españoles cuando piensan en la dictadura, lo hacen recordando la última etapa del franquismo. Sin embargo, tras la guerra civil, el régimen que surgió fue un régimen político de carencias y de represalias. Sólo hay que recordar a esos 50.000 ejecutados en toda la posguerra, cuyo único delito había sido formar parte de la España republicana. El escritor zaragozano Ignacio Martínez de Pisón regresa a las librerías con una novela extensa y ambiciosa sobre cómo fue el franquismo en sus inicios y la primera resistencia antifranquista Castillos de fuego. La novela se ubica en el Madrid de la posguerra, y abarca una cronología de seis años, desde 1939 hasta 1945, distribuida en cinco libros, con personajes de carne y hueso que comparten el protagonismo: Eloy, tullido de un pie por un bombardeo, tras el fusilamiento de su hermano Bernabé, acabará convertido en un maquis de incierto destino, Basilio, el profesor universitario represaliado por haber sido masón, la taquillera Alicia, el falangista Matías, que trafica con objetos requisados, costureras y prostitutas, completan el elenco de la gente corriente; también hay espacio en esta novela para personajes históricos: Dionisio Ridruejo, Serrano Suñer, Jesús Monzón o Alberto Quiñones. Y, aunque esta sea una novela en la que no hay héroes, lo cierto es que sí hay villanos, humanizados, pero villanos, al fin y al cabo. El personaje de Valentín, que trata de expiar su pasado cazando a sus ex camaradas comunistas, será el eje central de esta novela. «Si todo consiste en ser un aprovechado y un oportunista», afirma el personaje al comienzo de la novela. No es la primera vez que el autor se adentra en los días oscuros de la posguerra española, en su biografía encontramos títulos como: Dientes de leche (2008); El día de mañana (2012); o los ensayos narrativos Enterrar a los muertos (2005) y Fileck (2019).
Víctimas, verdugos, perseguidos y perseguidores.
En esta novela se cuentan historias sobre la lucha por la supervivencia entre falangistas, franquistas, y comunistas; hay comportamientos audaces y leales, frente a traiciones, engaños y crímenes a sangre fría entre sus propios camaradas. Es un mundo en el que predomina el hambre, el miedo, la represión política y los fusilamientos que estaban a la orden del día. La religión será uno de los pilares fundamentales del régimen franquista. La dictadura consideraba que un español debía ser católico. Constantemente se realizaban misas, procesiones y grandes celebraciones religiosas. «Había mujeres con cirios en las manos que, en cumplimiento de algún voto, caminaban descalzas. También había hombres que al menos el último tramo lo hacían de rodillas. Algunas de esas personas llevaban allí desde la tarde anterior y habían pasado la noche al raso. La multitud avanzaba muy despacio porque quienes después de tantas penalidades lograban acceder al Cristo no se daban ninguna prisa en besarle los pies y en pedirle los tres dones». También encontramos espacio para el amor, para el sexo, para la vulnerabilidad del ser humano, capaz siempre de las mayores heroicidades y también de las mayores vilezas. «Solo tenemos una vida. Esta vida. Y no podemos desperdiciarla. Debemos tratar de vivir en presente. No vamos a estar siempre a vueltas con el pasado». A pesar de situar la novela en unos años determinantes para el futuro de España, con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo, lo cierto es que los pocos datos históricos que aparecen no enturbian el desarrollo de la novela, tampoco lo hace el narrador en tercera persona, que da completa libertad a los personajes para que dialoguen entre ellos.
Otro de los personajes de esta novela es la ciudad de Madrid, – no es la primera vez que el autor recrea sus novelas en ciudades importantes de nuestro país. En El tiempo de las mujeres (2012), la novela transcurría en Zaragoza, en El día de mañana (2011), la acción se desarrollaba en la Barcelona de los años sesenta y setenta-, Pisón se documentó mucho para mostrar al lector una panorámica completa de aquel Madrid de los primeros años cuarenta en el que encontramos lugares de asueto, de poder, de ominosas clandestinidades, donde vencedores y vencidos trataban de sobrevivir sin esperanzas. También hay un par de capítulos que se desarrollan en la sierra madrileña y uno, muy corto, que se desarrolla fuera de la provincia de Madrid, en el Monasterio de Veruela (Zaragoza). Seguramente se trate de un guiño del autor a su tierra.
Castillos de fuego bebe de la novela realista del siglo XIX, de autores como Galdós o Baroja, pero también podemos compararla con obra de autores actuales como Vargas Llosa o Pérez-Reverte. Una crónica novelada de aquellos años que debe leerse con pausa, dejándose llevar el lector por la inmensa complejidad del ser humano que el autor nos expone a base de escenas cargadas unas veces de violencia, otras de dignidad.
Ignacio Martínez de Pisón. Castillos de fuego. Barcelona, Seix Barral. 698 pgns.