CONQUISTADOR

La epopeya  de un gran soberano

José Antonio Val & Daniel Pérez Artigas

Vivió en el siglo XIII, el periodo más brillante del Medievo. Heredó el reino de Aragón y el condado de Barcelona de su padre Pedro II el Católico y el señorío de Montpellier de su madre doña María. Conquistó tres reinos (Mallorca, Valencia y Murcia). Fue un amante convulsivo. Se casó tres veces, tuvo nueve amantes conocidas y muchas más que quedaron en el olvido. De sus tres matrimonios naciendo al menos doce hijos legítimos y de sus relaciones  extramatrimoniales otros cinco bastardos a los que reconoció- solo uno de ellos, Fernando Sánchez de Castro, le traicionó y lo pagó con su vida-. A grandes rasgos, está sería la descripción de la vida del rey Jaime I de Aragón. Ahora bien, ¿qué es lo que hace rey a un rey?, ¿las conquistas?, ¿ese derecho divino de ser rey “por la gracia de Dios”?. ¿Qué hay más allá de la legendaria figura del monarca que expandió los territorios de la Corona de Aragón?. Todas estas preguntas, serán respondidas en la nueva novela de José Luis Corral, Catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza, El Conquistador, editado esta vez por  Penguin Random House Grupo Editorial.

La novela comienza en los últimos días del reinado de Pedro II- se hace necesario hacer un pequeño paréntesis, para nombrar la formidable recreación del autor en  la llamada “Batalla de Las Navas de Tolosa”, en la que participa el rey aragonés junto a castellanos, navarros y voluntarios de los reinos de León y de Portugal, frente a un ejército superior, dirigido por el califa almohade Muhammad an-Nasir-. Esa gran gesta para los cristianos, será el principio del fin del monarca aragonés, pues los problemas se multiplican  “los almohades, los cruzados, los cátaros… todo parece desmoronarse”. En 1213 Pedro II,  se declaró protector de los señoríos occitanos amenazados y de Toulouse, poniendo cerco a la ciudad de Muret (Francia).- en las zonas aledañas a Toulouse, desde los albores del siglo XI, existía una corriente de renunciantes, conocidos como los cátaros,  que propugnaban la vuelta a las bases del cristianismo primigenio-: “afirmaban que la forma del mundo no es la obra de Dios, sino de Satanás, al que identifican con la deidad cruel y vengativa del Antiguo Testamento; por eso sostienen que Jesucristo no es hijo  de esa divinidad; rechazan venerar la santa cruz y aseguran que el agua del bautismo y el pan de la eucaristía son productos impuros; afirman que las imágenes de las iglesias son obra del mismo diablo, niegan la existencia del infierno y rechazan la creencia en la Santísima Trinidad y la Encarnación de Cristo”.
La muerte del rey en Muret,  cuando Jaime tiene cinco años, provocan una serie de intrigas palaciegas, que hicieron tambalear a  la monarquía aragonesa. La decisión salomónica fue que el futuro heredero a la Corona de Aragón, desde los seis años fuera educado en la encomienda templaria de Monzón (Huesca): “Sólo tiene nueve años, pero Jaime de Aragón demuestra un valor una determinación inéditos en un joven de su edad. Las enseñanzas del Temple forjan en él un hondo sentido del deber. En su voluntad están ancladas con firmeza dos ideas: el espíritu y la disciplina de los caballeros templarios y la majestad y el orgullo del linaje de los reyes de Aragón, cuyas historias relee una y otra vez”. 

Caprichoso y enamoradizo:

La dura infancia que vivió Jaime I, sin cariño, sin afecto, educado con la regla del temple, creó en él una personalidad dúplice: Por un lado marcó en el nuevo rey, la obsesión por el poder, por el reino y sobre todo por continuar la tarea de una dinastía de reyes venidos de las montañas: “puede llegar a ser el soberano que anuncian algunas profecías, el que derrote al islam y devuelva la unidad de la cristiandad bajo un único cetro, el monarca capaz de hacer posible el sueño de Carlomagno”. Por contra, esa necesidad de cariño, hará que, a lo largo del tiempo Jaime I parezca “un gobernante voluble, capaz de alterar su decisión en muy poco tiempo. Algunos sostienen que su esposa lo tiene amarrado y que no hace nada en el reino sin su voluntad, su consentimiento  y su aprobación”.

El siglo XIII, aparece magníficamente representado a lo largo de la novela. La extraordinaria longevidad del personaje, murió a los 68 años,  permite abrir los ojos al lector ante un periodo de rivalidades, pasiones y conquistas: “Ser rey de la Corona de Aragón implica desplazarse permanentemente de un lugar a otro; no estar nunca más de tres meses en el mismo sitio, vagar de ciudad en ciudad, de villa en villa, de castillo en castillo; dormir en los mejores palacios, en posadas humildes, en fortalezas rocosas, en pabellones de tela en medio del bosque, en barcos varados en cualquier playa o en medio del mar. Significa recorrer miles de millas por caminos polvorientos, sendas embarradas y viejas calzadas mal enlosadas; requiere de una gran fortaleza de ánimo para cabalgar sobre hermosos rocines o sobre recias mulas de carga, o incluso caminar por terrenos pedregosos, senderos estrechos y veredas llenas de espinos. No es fácil ser rey de la Corona de Aragón. No es cómodo. Nada cómodo”.

La narración está hecha  en tercera persona, discurre siempre en tiempo presente histórico. Los casi los trescientos nombres que aparecen en la novela- entre principales y secundarios- son históricos y están citados en las fuentes documentales.

Los nacionalismos:

La figura del Jaime I, ha sido observada desde puntos de vistas muy distintos:  En Valencia, Jaime I, es el gran rey,  en cambio desde Aragón, la figura del monarca es más controvertida: “recuerda (el rey) los agravios que recibe en Aragón desde hace años: aquella algarada en Zaragoza, cercado en la zuda de esa ciudad durante un mes por centenares de rebeldes,  que casi le cuesta la vida; la humillación y acoso sufridos en esos días; la avidez de riquezas y tierras de los nobles aragoneses; las reiteradas negativas de los nuncios en las Cortes de Aragón a entregarle dinero para sus campañas militares; la altivez de los aragoneses, siempre recordándole viejas leyes del reino que rezan que cada uno de ellos es como el rey y que entre todos juntos más que el rey, la arrogancia de los concejos de ciudades y grandes villas que le muestran una y otra vez los privilegios y franquicias concedidos por sus antecesores en el trono de Aragón”. La predilección del monarca por los catalanes, frente a los aragoneses, queda patente a lo largo de la novela.

Un personaje fascinante, con muchos perfiles, que sabiamente han sido recuperados por la maestría narrativa de su autor, para poder comprender la historia actual de España.

José Luis Corral. El Conquistador. Penguin Random House Grupo Editorial. Barcelona, 2020. 716 pgns  

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