José Antonio Val Lisa y Daniel Pérez Artigas
Como el tema humano le interesa profundamente resulta lógico que el hombre, su situación y su expresión, le llamen poderosamente la atención y los estudie a fondo, convirtiéndose en uno de los más grandes retratistas de su época. Esta habilidad de Goya hacia el retrato está sujeta a muchas servidumbres, ya que a veces el pintor tiene que aceptar el retrato de personas que no le agradan. En este aspecto es curioso anotar cómo Goya emplea peores telas y peores colores para las obras que podríamos llamar de compromiso. Pero cuando quiere hacer un retrato que le satisface lo hace de un modo admirable. En muchas imágenes masculinas y sobre todo femeninas y de niños logra verdadera poesía e idealiza a los personajes con el color (1). Al otorgarles a estos retratos familiares un fresco naturalismo y un ambiente íntimo, la intención de Goya era sin duda diferenciarse de sus competidores, que realizaban retratos extremadamente refinados y con una excesiva atención al detalle. También pretendía complacer estéticamente y captar la riqueza y el gusto por la moda de sus mecenas aristocráticos (2). La habilidad de Goya para los retratos infantiles ha sido subrayada en varias ocasiones. Retrato de Don Luis María, niño, estudiando geografía, es una de las obras más cuidadas y exquisitas que hizo, de ese periodo aún temprano en su vida. El cuadro pasó por diversas herencias familiares hasta llegar a María del Rosario Ignacia Álvarez de Toledo Ruspoli, marquesa de Pontejos, de quien lo adquirió la Fundación Plaza, integrada por el Gobierno de Aragón, el Ayuntamiento de Zaragoza, Ibercaja y Caja Inmaculada; el 14 de diciembre del año 2006. Antes de su traslado definitivo al Museo de Zaragoza, el cuadro fue sometido en un laborioso proceso de conservación y restauración en el Museo Nacional del Prado.

Goya y la familia del infante don Luis: El gran cambio para Goya llegó en el verano de 1783, cuando viajó de Madrid a Arenas de San Pedro, un pueblecito en las faldas de la sierra de Gredos, a unos 150 kilómetros al suroeste de la capital. El propósito de ese viaje era pintar los retratos del hermano pequeño del rey de España, el infante don Luis Antonio Jaime de Borbón (1727-1785), que entonces tenía cincuenta y seis años, y de su sorprendente joven familia, que vivía allí en el recién construido palacio de La Mosquera, diseñado por el arquitecto del infante, Ventura Rodríguez (1717-1785) (3). El infante don Luis, hermano del rey Carlos III, sexto y último hijo de Felipe V y de Isabel de Farnesio, había sido destinado a la carrera eclesiástica. En 1735, a los ocho años, fue nombrado arzobispo de Toledo y cardenal. En 1739 obtuvo también el arzobispado de Sevilla. Desde su primera juventud había mostrado un carácter apasionado y un gran interés por las mujeres jóvenes y hermosas, así como por una situación de mayor libertad. Don Luis comienza a frecuentar a “malas mujeres”. Los asuntos de faldas van en aumento y el 1775 surge el escándalo. El embarazo de una de sus queridas, de nombre Antoñita, se convirtió en la comidilla de la Corte (4). Le propusieron al infante tres doncellas; una hija del duque del Parque, una sobrina del marqués de Campo Real y una sobrina del teniente general marqués de San Leocadio. Este hecho demuestra que el infante no estaba prendadamente enamorado de nadie al casarse, como se ha escrito, sino que simplemente eligió entre la terna que se le propuso (5). Carlos III tomó todo tipo de precauciones ante la boda de su hermano. Ordenó que Luis Antonio celebrara un matrimonio morganático, y en efecto la elegida para el desposorio fue una damita aragonesa de tan sólo diecisiete años, cuya familia, pese a ser de rancia hidalguía, no era comparable en dignidad a la del infante. Para rematar la faena, Carlos III extendió antes de la boda una pragmática que castigaba los matrimonios desiguales, con el destierro de los esposos, y disponía que los hijos nacidos de esas uniones no gozasen de los privilegios, títulos y honores de los padres principales, debiendo conformarse con el apellido del progenitor de menor condición social (6). En consecuencia, Luis de Borbón debió abandonar- seguramente con poco pesar- la vida cortesana en Madrid y recogerse en la propiedad de Arenas de San Pedro, en las lomas de la sierra de Gredos, con su esposa, María Teresa de Vallabriga y Rozas (1759-1820); y una pequeña corte. Esta vida apartada le permitirá cultivar más libremente la pintura y la música, así como mantener a su alrededor una pequeña y amable corte, sin etiqueta, adonde podía llamar a los artistas a trabajar.

Tuvo que ser el todopoderoso ministro Floridablanca, que le había retratado en abril de 1783, quien introdujera a Goya en la corte del Infante. Don Luis tenía indudable confianza en Floridablanca, como era un amigo verdadero, y le escribió regularmente sobre sus asuntos familiares y personales (…). Resulta más creíble que el Infante escuchara a Floridablanca para elegir al pintor que iba retratar a su familia, sobre todo habiendo fallado los que lo habían hecho hasta entonces según las noticias de Goya, que al secretario de su mujer, Francisco del Campo, hermano de Marcos del Campo, casado por entonces con María Bayeu, hermana de la mujer de Goya y supuesto introductor del artista en la corte de Don Luis. El artista estuvo dos veranos en la corte del infante en Arenas, en 1783, pintó el retrato de busto y de riguroso perfil del infante, lienzo en colección particular en Madrid, y la tabla pareja que presenta el bello perfil de María Teresa de Vallabriga, su joven esposa y madre de sus hijos, que se conserva en el Museo del Prado. De ese momento han de ser también los dos retratos mencionados por Goya de los dos hijos mayores: Retrato de María Teresa de Borbón y Vallabriga, en un jardín, la futura condesa de Chinchón, que en la actualidad se conserva en la National Gallery de Washington, y el de su hermano, el Infante Don Luis María de Borbón y Vallabriga estudiando geografía, que pertenece ya al Museo de Zaragoza (7). Según lo que se establece en la correspondencia con su amigo Zapater: “Querido hijo mío, acabo de llegar de Arenas y muy cansado. Su Alteza me a echo mil onores, he hecho su retrato, el de su Señora y niño y niña con un aplauso inesperado por aber hido ya otros pintores y no aber acertado a esto. He salido dos veces a cazar con su Alteza y tira muy bien y la ultima tarde me dijo sobre tirar a conejo: este pintamonas es más aficionado que yo. He estado un mes continuamente con estos Señores y son unos angeles, me an regalado mil duros y una bata para mi mujer toda de plata y oro que bale treinta mil reales, segun me dijeron allí los guarda ropas; y an sentido tanto que me aya hido que no se podían despedir del sentimiento y con las condiciones que abía de volver lo menos todos los años” (8).

Un retrato exquisito: En el interior de una estancia (un gabinete de estudio), de pie y con el cuerpo levemente girado hacia la derecha, mientras la cabeza mira de frente al espectador. Viste traje de corte, con camisa y medias blancas, chupa o chaleco, casaca y calzón de llamativo color azul de Prusia (indicativo de su pertenencia a la familia real), y enriquece su vestimenta con puntillas de encaje en puños y pechera, un gran lazo que recoge su pelo a la altura de la nuca y hebillas en las abotonaduras del calzón y en los zapatos de tacón rojo que señalan discretamente su elevada alcurnia. Lleva en la mano derecha una pieza de un puzle geográfico y con la otra sostiene un compás. En un segundo plano se sitúan, a la derecha del espectador, un sillón el que se apoya un mapa de Europa en soporte rígido con la siguiente inscripción: “Señor D. Luis María, hijo de su alteza serenísimo Infante D. Luis y de la muy ilustre Doña María Teresa de Vallabriga a los seis años y tres meses de edad”, y al otro lado una mesa labrada y dorada sobre la que se disponen varios mapas en papel y el puzle que se dispone a completar. El fondo es neutro y sobre él se recorta nítidamente el rostro del infante, que adquiere una mayor presencia y cercanía perceptiva debido al cromatismo frío del traje. La ortodoxia de este retrato, patente en la pose “adulta” del protagonista, queda rota por la mirada amable y despreocupada, y por la importancia concedida a los objetos alusivos a la geografía-una de las aficiones y actividad que formaba parte de la educación ilustrada de los príncipes-, que en un cierto desorden propio del juego infantil le rodean (9). Como ya hemos mencionado más arriba, este retrato formaba pareja con la que representa a su hermana, María Teresa de Borbón y Vallabriga, futura condesa de Chinchón, en un jardín con fondo de paisaje (National Gallery of Art, Washington). La niña aparece en el jardín de su casa ante el fondo grandioso de la sierra de Gredos, con el pico elevado del Almanzor, por donde se extendían las tierras del infante, su padre. Eligió el artista, seguramente de acuerdo con su mecenas, la representación de la figura al aire libre, en pie ante las tierras de su propiedad de las que emanaba el poder histórico de su familia. Elegantemente vestida, con un corpiño de seda azul y saya más oscura, cubre su cabeza con una delicada mantilla blanca y adorno de rosas, mientras que un fiel perrito blanco se asienta a sus pies (10). Goya regresará en el verano de 1784 a Arenas, a partir de la carta a Zapater, fechada el 13 de octubre de 1784, en donde afirma: “Yo he estado sirviendo al Serenisimo Señor Ynfante D. Luis, sería muy largo de decirte las satisfacciones que le he merecido…. De intereses me ba muy bien, el Ynfante me dio treinta mil reales, en gratificacion de dos cuadros que le he pintado…Mi mujer esta de 8 meses embarazada y a echo un biaje con felicidad, también mereció que los Señores la hiciesen subir a Palacio y acompañarla enseñandole lo bistoso de el” (11). En ese verano pintó el gran cuadro de la familia al completo, conocido como Retrato de la familia del infante D, Luis de Borbón, conservado en la actualidad en la Fundación Magnanci-Rocca, en Parma.

Testimonio de la madurez de Goya: En la gran tela de Goya, la familia del infante don Luis de Borbón es retratada inmóvil, como si estuviera sobre un escenario. Goya reúne, sin distinción de rango, a príncipes y burgueses, nodrizas y criadas, administradores y artistas. En una especie de commedia dell arte, donde se mezcla la inocencia de los niños, la decepción, la fatiga y el sometimiento carente de deferencia, la única nota de vitalidad es la del hombre con la cabeza vendada, personaje emblemático, que mira al espectador para comunicar su visión simplificada y plebeya pero viva, de un mundo que sabe a muerte. A la izquierda, además del pintor y de dos criadas, Antonia de Vanderbrocht y Petronila Valdearenas, vemos, vestido de azul, a Luis María (1777-1823), futuro cardenal arzobispo de Toledo, y a la pequeña María Teresa (1770-1828), futura esposa de Godoy y condesa de Chinchón. A la derecha pueden identificarse conocidos personajes de la corte del infante: por ejemplo, la niñera Isidra Fuentes con la pequeña María Josefa (1783-1847), que se convertirá en duquesa de San Fernando. Los hombres han sido identificados como Manuel Moreno de las Heras, el más corpulento, responsable de la secretaría del infante; Gregorio Ruíz de Arce, ayuda de cámara; Alejandro de la Cruz, pintor de cámara de su alteza. El más joven y risueño podría ser Francisco del Campo, el secretario particular de María Teresa de Vallabriga. El hombre con la larga chaqueta roja ha sido identificado como Luigi Boccherini, que por aquel entonces contaba con unos cuarenta años, violonchelista y compositor de cámara de Luis de Borbón desde 1770 hasta la muerte de su protector, ocurrida en 1785. La muerte se insinúa por doquier. Y aunque en el rostro cansado e inexpresivo de Luis de Borbón, que morirá poco después, se convierte en una premonición del fin, no deben dejar de señalarse también en las expresiones más frescas y dulces de los pequeños de la casa, puesto que al reproducir tan perfectamente la inestabilidad de un instante preciso, el artista nos comunica que todo evolucionará rápidamente: la vela se apagará, las cartas de juego mostrarán otras figuras y significados, y la noche descenderá más oscura con toda su soledad. La mesita, que dada su construcción no podría sostenerse por sí misma, se convierte en este contexto en el símbolo de una fragilidad y de un inevitable cambio que se eleva a temas dominantes de la pintura. Otro tema dominante es el de la incomunicabilidad: cada personaje parece vivir una especie de aislamiento psicológico. Para rubricar esta sensación, encontramos el solitario que Luis de Borbón está jugando con las cartas, situado, no por casualidad, en el centro de la pintura, bajo esa fuente de luz radiante e irreal que es el traje de cámara de María Teresa de Vallabriga. A partir de este retrato puede, pues entenderse cómo Goya, en La familia de Carlos IV, realizada unos diecisiete años después, en el periodo que sigue a la Revolución francesa, llega a una interpretación tan dramática, casi espantosa, de la condición humana y real a la vez. Desde el punto de vista estilístico, La familia del infante don Luis representa una perfecta síntesis, personalísima, entre el arte español y lo que Goya había asimilado durante su estancia en Roma en 1770-1771, documentada solo por el descubrimiento del Cuaderno italiano (12).

El regreso de María Teresa de Vallabriga a Zaragoza: Tras la muerte del infante en 1785, el cuadro viajó, junto con el resto de la colección, al palacio de Boadilla del Monte (Madrid), y en 1797, una vez terminado el inventario y tasación de los bienes-testamentaria donde figuró como “un retrato del Señorito en pie, por alto, sobre tal tasado en dos mil quinientos reales”- pasó a manos de la viuda, María Teresa Vallabriga, quién lo llevó consigo a Zaragoza. En la ciudad del Ebro, se hospedó en casa de la marquesa viuda de Estepa (María de Urríes y Pignatelli), donde fue cumplimentada con la nobleza. Pero seguramente pocos meses después se instalara en el palacio que había edificado en el siglo XVI Gabriel Zaporta (tras fallecer el canónigo Ramón de Pignatelli que lo habitaba). Su bello y emblemático patio renacentista (que es lo único que se ha conservado) ha venido siendo nombrado desde entonces, como el patio de la Infanta. No podía tener María Teresa homenaje más popular y perpetuo de reconocimiento de sus paisanos que recordarla por este real título. A finales de agosto de 1802 los reyes Carlos IV y María Luisa habían pasado por Zaragoza hacia Barcelona y le concedieron a María Teresa autorización para poder visitar a sus tres hijos-que siendo niños, habían sido separados de la madre y trasladados a Toledo-.El encuentro tuvo lugar en Alcalá de Henares, donde la esperaban el hijo, que ya era arzobispo de Toledo, sucediendo en la sede a su tutor el cardenal Lorenzana, y las dos hermanas. Pero en Zaragoza le aguardaban a María Teresa las zozobras y penalidades del primer asedio durante el verano de 1808, hasta que al levantarse pudo salir en noviembre junto con algunas religiosas dominicas de clausura del convento de Santa Inés (al oeste y a las afueras de la ciudad), en el que se había refugiado durante el asedio, para marchar a Mallorca, de donde ya no volverá hasta primeros de mayo de 1814. Nada más regresar de Mallorca tras casi seis años de ausencia de Zaragoza, pasará a vivir sus últimos años en una segunda casa en el Coso, (frente a la ahora plaza de España y al lado de la llamada puerta Cinegia), bien cerca del palacio de Zaporta. Donde estuvo colgado durante casi treinta años-hasta 1820- este encantador retrato de dos Luis María de Borbón y Vallabriga, junto con el de sus hijas María Teresa y María Luisa (13). A la muerte de la zaragozana, María Teresa de Vallabriga, según narra el inventario de su colección de pinturas redactado en el año 1818, un manuscrito de 32 páginas cosidas y encuadernadas titulado: Colección de Pinturas de la Excma, Señora Viuda del Srmo. Señor Infante D. Luis Antonio Jaime de Borbón. Asuntos, Números, Dimensiones y Autores; su colocación en las Casas de San Pedro Nolasco y del Coso. En Zaragoza 1818 (Archivo General de Palacio, Madrid), el cuadro volvió al Palacio de Boadilla, siguiendo su voluntad testamentaria, con el resto de sus obras de arte, ya que dispuso que allí permanecieran todos sus cuadros mientras existiera descendencia suya y solo si se llegase a extinguir fueran a Toledo. Correspondió el retrato, más tarde, a la hija mayor, María Teresa de Borbón y Vallabriga (entre 1820-1828), casada con Manuel Godoy, y finalmente a su hija, Carlota Luisa de Godoy y Borbón (entre 1828-1886) que se hizo cargo de toda la antigua herencia por la muerte sin herederos de la menor de las hijas de la Vallabriga, María Luisa, duquesa de San Fernando (14).
Goya mantendrá contacto con los hijos del infante don Luis, especialmente con los mayores- a los que el rey Carlos IV, dispuso en 1799, rehabilitar por completo a los tres hermanos, para que pudieran hacer uso del apellido Borbón de su padre, y que fueran honrados con la Grandeza de España de primera clase. Luis María pasaba a ser así Excelentísimo Luis María de Borbón y Vallabriga, Grande de España, aunque no infante, y con los mismos títulos podrían firmar sus hermanas- (15). La relación de Goya con el Cardenal Luis María de Borbón y Vallabriga, se gratificará cuando el 24 de enero de 1814, dirige a los regentes una instancia solicitando ayuda económica para “perpetuar, por medio del pincel, las más notables y heroicas hazañas…contra el tirano de Europa”, Luis María se la concede, teniendo como resultado las extraordinarias pinturas: El dos de mayo y Los Fusilamientos del Tres de mayo. Tras el retrato individual a los seis años de edad, Goya volverá a retratarlo, esta vez con carácter conmemorativo, en el que representa a don Luis, de cuerpo entero vistiendo los hábitos cardenalicios de color rojo, Existen dos obras semejantes, una en el Museo Nacional del Prado, y la otra, en el Museo de Arte de Sao Paulo, en Brasil (16). En cuanto a María Teresa de Borbón y Vallabriga, Goya, la volverá a retratar en el año 1800, a la edad de diecinueve años, tras su boda con Godoy. Su expresión pensativa y la oscuridad de la que emerge convierten a este retrato en uno de los más poéticos, conmovedores y hermosos que pintaría nunca.
Ficha: Francisco de Goya. Retrato de Don Luis María, niño, estudiando geografía. Óleo/lienzo. 113×114,7 cm. Museo de Zaragoza.
Citas:
- (1) Torralba Soriano. Federico. Fortún Paesa, Antonio. Grandes artistas. Goya. Ibercaja. Zaragoza, 1996. P73.
- (2) Bray, Xavier. Políticos y aristócratas (1785-1788). Goya. Los retratos. Turner. Madrid, 2015. P63.
- (3) Bray, Xavier. De pintor de retratos a una corte en el exilio: su primer viaje a Arenas. Goya. Los retratos. Turner. Madrid, 2015. P37
- (4) Arnáiz, José Manuel. Goya y el infante don Luis. Goya y el infante don Luis de Borbón. Homenaje a la “infanta” María Teresa Vallabriga. Ibercaja. Zaragoza. 1996. P 21.
- (5) Peña Lázaro, Rosario. Don Luis de Borbón y Teresa de Vallabriga. Goya y el infante don Luis de Borbón. Homenaje a la “infanta” María Teresa Vallabriga. Ibercaja. Zaragoza. 1996. P. 41
- (6)Rodríguez López-Brea, Carlos M. Don Luis María de Borbón y Vallabriga, el Cardenal hijo del cardenal. El retrato de Luis María de Borbón y Vallabriga. Gobierno de Aragón, Fundación Plaza. Zaragoza, 2008. P. 60.
- (7) Mena Marqués, Manuela M. La obra de Goya: El retrato de Luis María de Borbón y Vallabriga. Luis María de Borbón y Vallabriga. Gobierno de Aragón, Fundación Plaza. Zaragoza, 2008. P. 23,24 y 32
- (8) Canellas López, Ángel. Diplomatario de Goya. Instituto Fernando el Católico. Zaragoza, 1981. P. 246-47
- (9) Lozano, Juan Carlos. Retrato de Luis María de Borbón y Vallabriga. (ficha del catálogo). Goya e Italia. Estudios y ensayos. Gobierno de Aragón. Departamento de Educación, Cultura y Deporte. Ministerio de Cultura e Ibercaja. Zaragoza, 2008. P299
- (10) Mena Marqués, Manuela M…opus cite… P32
- (11) Canellas López, Ángel. …opus cite… P256
- (12) Tosini Pizzetti, Simona. La familia del infante don Luis. (Ficha del catálogo). Goya e Italia. Estudios y ensayos. Gobierno de Aragón. Departamento de Educación, Cultura y Deporte. Ministerio de Cultura e Ibercaja. Zaragoza, 2008. P300-301.
- (13) García Guatas, Manuel. El itinerario del retrato: del Palacio de Arenas de San Pedro al Museo de Zaragoza. María Teresa de Villabriga y su colección de pinturas en Zaragoza. El retrato de Luis María de Borbón y Vallabriga. Gobierno de Aragón, Fundación Plaza, Zaragoza, 2008. P. 73 ,74 y 75.
- (14) Beltrán Lloris, Miguel. Breve historia del retrato. María Teresa de Villabriga y su colección de pinturas en Zaragoza. El retrato de Luis María de Borbón y Vallabriga. Gobierno de Aragón, Fundación Plaza. Zaragoza, 2008. P 88-89.
- (15) Rodríguez López-Brea, Carlos M. Don Luis María de Borbón y Vallabriga, el Cardenal hijo del cardenal. El retrato de Luis María de Borbón y Vallabriga. Gobierno de Aragón, Fundación Plaza. Zaragoza, 2008. P. 63.
- (16) Arguis Rey, María Luisa. (Ficha del catálogo). El cardenal don Luis María de Borbón y Vallabriga. El retrato de Luis María de Borbón y Vallabriga. Gobierno de Aragón, Fundación Plaza. Zaragoza, 2008. P. 108-109