Josep María Tamburini. Cuento azul. 1898. Óleo/lienzo. Colecciones Reales. Patrimonio Nacional. Palacio Real de El Pardo, Madrid.
José Antonio Val y Daniel Pérez Artigas
El ser humano desde sus mismos orígenes ideó maneras para reproducir los colores que pronto aparecieron en las pinturas, telas, mosaicos o vidrieras. En la historia de la pintura el color ocupa un lugar primordial, aunque la historia de los colores es mucho más amplia. A lo largo del tiempo, el color se ha ido definiendo sucesivamente como una materia, luego como una luz, y, al final, como una sensación. A finales del siglo XIX, siguiendo la estela romántica de relacionar los paisajes y fenómenos de la naturaleza a los estados anímicos acabaría constituyendo una estética poetológica que se inscribe en el gran movimiento de la modernidad, transita por el simbolismo y ve nacer el cinematógrafo.
A grandes rasgos, este es el discurso de la nueva exposición que puede verse en CaixaForum Zaragoza: Azul: El color del modernismo. Está formada por un total de 69 obras, de más de una docena de prestadores. La música se ve y los colores se oyen en las obras de un periodo en el que “el yo” se expresa en los paisajes. Las escenas nocturnas son sinfonías azules, igual que, de hecho, todas las representaciones de la naturaleza son melodías que se ofrecen a la vista y al oído para transmitir las emociones de quien las pinta. La muestra, propone una mirada transversal entre las artes, de la pintura y el dibujo a la literatura y al cine (que incorporó muchos de los hallazgos de las artes plásticas), y explora las conexiones entre diferentes tradiciones pictóricas.

Música pintada
Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, el modernismo se enamoró del color azul y lo situó en el centro de un universo de síntesis. Desde el azul ultramar (el lapislázuli), pasando por el añil indio o azul cobalto, hasta la aparición de los pigmentos sintéticos, el azul ultramar francés, el azul de Prusia o el cerúleo. No podemos olvidar que, por aquel entonces, la paleta de los pintores románticos ingleses prerrafaelitas, constaba esencialmente de azul cobalto, azul ultramar, verde esmeralda, rojo, colores de la tierra, además del púrpura. Y que los ideales de belleza de la tradición occidental, centrados en la luz, las líneas rectas y la armonía, entran en contacto con aires procedentes de Japón, dónde, en cambio, domina la búsqueda de la fuerza sugerente de la sombrea, la asimetría, el contraste y el vacío. La influencia de los grabadores japoneses en los artistas occidentales tuvo un gran alcance, tanto por el tema como por la utilización de los colores planos sin sombra. Algunas estampas japonesas utilizaban tintas de color con pigmentos azul de Prusia, que según parece, a los pintores japoneses les encantaba. En los dominados aizuri-e de Keisai Eisen, Hiroshige o Kunisada plasman la belleza de las mujeres, paisajes a la luz de la luna o actores teatrales.

En la época del modernismo, asistimos a un nuevo modo de sentir, en el que la poesía y el arte de la época se llenan de paisajes crepusculares, de cielos a medianoche, de parajes montañosos, de playas y mares, pero también de escenas cotidianas y de retratos que emplean una gran variedad de azules como vehículo para traducir y manifestar el misterio y el subconsciente, la belleza y la inmensidad, las tensiones interiores y la soledad, la vida espiritual y el más allá. Pintores considerados realistas como Gustave Courbet o Ramón Martí i Alsina- de quién en la exposición, puede verse por primera vez su obra, Mar tempestuoso-cuyos paisajes no son simplemente la imagen de un territorio, sino que conlleva también las relaciones que se mantiene con el entorno. En 1888, en tierras americanas, Rubén Darío publicó Azul… El título del libro con los puntos sucesivos suscita cierto misterio, son como una pausa transitoria que expresa suspense y alarga la idea del azul. Porque para Darío es “el color del ensueño, el color del arte, un color helénico y homérico, color oceánico y del firmamento”. Esas transformaciones pictóricas que unen la musicalidad con la palabra, se pueden contemplar en la obra Cuento azul, pintado por Josep María Tamburini, cuadro que fue premiado en la Exposición de Bellas Artes de Barcelona de 1898. El camino seguido por los diferentes artistas que quisieron mostrar los azules arcádicos de las pinturas de templos clásicos y ninfas de Joaquín Torres-García son símbolos de eternidad, el color el espíritu y del pensamiento. Los paisajes solitarios, al caer la noche o a las afueras de la ciudad, ofrecen impresiones visuales nuevas donde el silencio de las vistas urbanas se corresponde a signos furtivos de la vida. Isidro Nonell seguirá con las escenas marginales. Una buena muestra es Pensando, que nos transporta a la melancolía estampa de una gitana, tal como Ferdinad Hodler refleja también en la mirada introspectiva de El campesino que medita (1887). Los azules de este pintor suizo los podemos encontrar sobre todo en los cielos de la naturaleza, especialmente en El lago de Thun con reflejos simétricos, de 1905. De hecho, en este cuadro existe una tensión entre plano y profundidad, entre superficie y perspectiva. También aparecerá como color predilecto en las obras de los últimos años. En El lago Léman y el monte Saleve con cisnes, de 1915, el azul se despliega, en varios matices tonales y de intensidad, sobre toda la superficie pictórica, reforzando es aspecto panorámico de la composición. También en la figura humana, especialmente en la mujer. En la obra Mirada al infinito, simbolizado por el azul, el infinito no se describe alrededor de las figuras, en el espacio cósmico que las rodea, sino que se alberga en el corazón mismo de los ropajes de estas cinco mujeres, como si estuvieran vinculadas al cosmos que contemplan.

La interconexión entre obras de gran tamaño, con otras de mediano formato, permite un diálogo, por ejemplo, entre el paisajismo musical mallorquín de Mir y la obra titulada La Música, de Santiago Rusiñol, que aspira a convertirse en la síntesis de todas las artes.
El momento del crepúsculo, es el momento fugaz de la hora azul. En el tránsito entre el día y la noche, se produce un curioso fenómeno lumínico. Estas horas mágicas son las propicias para encuentros especiales, como el que Lluís Granel escogió para mostrar, tal y cómo alude el título Interior de taberna una pausa, que deviene de la nostalgia. El silencio, es una percepción profunda de la realidad, que no desvela el misterio.
Azul. El color del Modernismo. Caixaforum Zaragoza. Hasta el 19 de enero del 2020