Foto. Manuel Martos
José Antonio Val Lisa y Daniel Pérez Artigas
Aunque costumbres y paisaje convivan hasta el final de su trabajo con una invariable devoción aragonesa. Los cierto es que, la obra de Gárate abarca, con acierto, un amplio repertorio de temas, puesto que el artista llegaba a todos los habituales de la época. Hizo mucho retrato, digna de atención es la galería de personalidades que pasó por sus pinceles a partir de la primera mitad del siglo XX. También realizó naturalezas muertas, algún cuadro de toros, y fue un más que interesante miniaturista, dibujante, acuarelista, cartelista…etc.. Utilizó también casi todas las técnicas conocidas en sus obras: óleo, dibujo, acuarela, fresco sobre muro, pastel, gouache…etc.. E incluso mostró interés por aunar el arte con el marketing ( decorando bellamente abanicos, armarios…etc..) o incluso publicando tarjetas postales con su obra, algo muy usual en la época, con otros artistas. Pero hoy vamos a hablarles de una temática poco conocida en la obra del artista, pero bastante bien representado en colecciones privadas, museo e instituciones. Hablamos de la mitología, asunto tratado por el artista con carácter decorativo en la mayoría de sus composiciones. En el año 1911, se iba a convocar en Madrid, la Exposición Nacional de Artes Decorativas. Juan José Gárate, preparó para tal ocasión una pieza compleja tanto en la ejecución, como en la construcción, pues se trataba de un tríptico montado ex proceso por los hermanos González, al estilo Luis XV. En cuyo interior había un temple, de tema mitológico, tema que no será la primera vez que realice, pero si con esa estructura tan concreta. Esta obra de arte, la acabó titulando El amor y las flores. Aquellos desnudos en movimiento, expuestos al sol, solo un notable astro de la pintura podía concebirlos, poseyendo los secretos del dibujo, los tonos, matices y gracia en movimiento.

Una crónica periodística: Un año antes, esto es en 1910, el periodista zaragozano Francisco Aznar Navarro, que por aquel entonces vivía y trabajaba en Madrid, regresó a su ciudad natal. La visita del periodista al Museo de Zaragoza, dio pie a una interesante crónica, que transcribimos íntegramente aquí, de cómo Gárate ejecutó este tríptico. “Hallábame en Zaragoza por agosto del año anterior. Una tarde, sufriendo los rigores de un sol de justicia, encaminé mis pasos hacia la huerta de Santa Engracia. Penetré en el edificio de Museos. Crucé el amplio patio, reminiscencia harto vaga del de la extinguida casa de Zaporta. Ascendí la escalera y a su término hallé la puerta que buscaba. Un golpe dado con mis nudillos. Una voz, desde adentro, lanzando el consabido “¡Adelante!” y unos brazos amigos estrechándose al punto. Era aquel el estudio de Juan José Gárate. El lucernario resguardado del sol a medias, lanzaba fuego. A encarecer la atmósfera contribuía el fuerte olor de las pinturas. Sin más que la camisa –y aún sobraba y aguantando las duchas de su propio sudor, hallábase el artista de Albalate del Arzobispo, pincel en ristre, frente a lo que llaman los franceses un paravent y los españoles un biombo.
-¿Se puede saber qué haces a estas horas en este infierno?
-Ya ves; sudar el kilo y volverme loco.
Tratábase de una prueba Gárate, que suele mirar las cosas de lejos, había pensado en que a la vuelta de catorce meses sería inaugurada en Madrid la Exposición de Arte Decorativo. Y el hombre laboraba silencioso. –Aquí tienes- me decía señalando al biombo- el género de pintura más difícil que he cultivado en mi vida. Es la primera vez que me meto en esta andanza. Estoy pintando al temple. No hay nada tan engorroso como esto. Pintas un cuadro al óleo. A la pincelada sigue el efecto ¿No te gusta? Lo modificas. Con el aguacola no sucede así. Pintas y no sabes lo que pintas. Hay que esperar a que se seque para que el efecto aparezca.
-¿Y por qué te tomas estos quebraderos? – le pregunté.
-¡Porque me lo he propuesto!- contestó el pintor un poco huraño.
Callé. Gárate siguió manejando los pinceles. Cogí una revista e hice como que leía. Pero no leí. Lo que hice fue reflexionar calladamente acerca del pintor Gárate.
–He aquí- me decía- un pintor al temple y un pintor de temole. Ha echado raíces en Zaragoza, donde no hay ambiente artístico, donde no puede haberlo, sin que le atraiga como sirenas seductoras esos grandes centros a los que de cuando en cuando asoma la cabeza- Madrid, París, Berlín, Buenos Aires- Para recoger algún premio, alguna alabanza, algunos centenares de francos, marcos o pesos, por obras concebidas y ejecutadas con constancia de benedictino en un medio harto distante de aquellos otros medios en que le premian, le aplauden o le pagan. He aquí un hombre que por su escasa inclinación a la sociabilidad no renegaría de la sordera- como renegaba el gran maestro de Fuendetodos- ¿Dónde buscar por tanto, el verdadero temple? ¿En el procedimiento que por primera vez emplea Gárate? ¿En la propia voluntad del artista? Empezó la tarde a caer y hubo de quedar interrumpida la faena. El biombo pasó a un rincón del estudio, en espera de un nuevo día
-¿Quedamos- le pregunté al despedirnos en que a la Exposición del año próximo enviarás algo pintado al temple?
-Quedamos en eso. Y no se habló más.
De las palabras de Gárate no me he permitido dudar nunca. Estos días pasados hice, no obstante, excepción. Recordé que el primer día del próximo mes de octubre ha de ser la Exposición de Arte Decorativo inaugurada. Y caí en la cuenta de que Gárate no comunicaba envío ninguno. Dudar, en nuestro caso, es perder el tiempo… y en otros delinquir con la torcida suposición. Gárate, que muy a gusto mío me informa de tiempo en tiempo acerca de sus trabajos- para que los conozca yo, no para que los cuente al público-, acaba de escribirme anunciándome que ha cumplido su palabra y que ya están en Madrid las dos obras que destina a la Exposición de Artes Decorativo. Naturalmente, me he apresurado a conocerlas. Y al llegar con este fin a la calle Cervantes.
A los talleres en que trabaja el hermano del pintor, Ricardo, que es otro artista en su género, he experimentado una gran sorpresa. Yo iba pensado en el biombo, en el biombo cuya decoración al temple vi comenzar hace un año, y he encontrado, como obra principal, de empuje, lo que no esperaba un monumental tríptico, estilo Luis XV, que Gárate titula El amor y las flores. “He plasmado con esta obra- me dice en su carta el pintor de Albalate- los colores más grandes de mi vida, pintado mañana y tarde debajo de lucernario de mi estudio hasta el punto de indisponerme dos o tres tardes”. Y lo creo, porque he recordado las angustias que yo sorprendí delante del consabido biombo. Pero en esta obra al temple, que es la mejor demostración del otro temple, el de la voluntad del autor, maravilla como esta, por un procedimiento tan difícil, ha llegado a la obtención de efectos tan dignos de loa como los que desprenden del centro del tríptico, aquelarre de ninfas y flores de luz y de vida, consagrado con los tonos más apagados de los extremos. Yo haría de buena gana una descripción minuciosa de este tríptico monumental, que en la Exposición de Arte Decorativo ha de llamar justamente la atención, y cuyo marco magnífico, hecho también en Zaragoza, en los talleres de los hermanos González, dará mayor realce a la representación aragonesa en el certamen referido. Pero no lo hago. No debo hacerla. Si los inteligentes y los aficionados de Zaragoza han desfilado ya por el estudio de Gárate y han admirado el tríptico ¿qué voy yo a decirles? Si no lo conocen (y mucho me lo temo) por no haberles lanzado a esa visita, por seguir tan indiferentes como de costumbre, sin reparar en que la indiferencia y su resultado natural el aislamiento es lo que más aplana a los artistas, mi silencio será un palmetazo que, aunque con disgusto, debo propinar. En cuanto al biombo, quedó reducido a su más mínima expresión, es decir, dejó de ser un biombo. Partido por gala en tres y descartadas dos hojas, solo una, en la que se destaca soberbia figura de mujer, envía Gárate a la Exposición. De cómo ha sabido manejar el procedimiento del temple, dirán los críticos y dirá el jurado. De cuál es el temple del pintor de Albalate, he dicho hoy lo bastante con lo dicho”. 1 En el Museo de Zaragoza quedó en menor formato y realizado al óleo, aquel “biombo”, del que nos habla en su artículo Aznar Navarro, que no es sino una réplica del tema central del tríptico que trata el mito griego de Céfiro y Cloris. 2

Los placeres del amor: Según la mitología clásica, Céfiro, viento benigno del oeste, sedujo a Cloris dándole el dominio de las flores y el de la germinación en la primavera. Se les representa a él, como un hombre joven, con alas de mariposa, sin barba, semidesnudo y descalzo sosteniendo entre sus manos una guirnalda de flores como emblema de los placeres fugaces; y a ella, la diosa Flora en su denominación romana, como una hermosa doncella, eternamente joven, adornada con una corona de flores. Junto a ella y como acompañantes, las ninfas de la primavera danzan voluptuosamente en torno a la fuente de la vida en su honor. Los paneles laterales, con la personificación del amor y del deseo en las figuras de Cupido y una ninfa alada, completan simétricamente esta representación (…) Independientemente a la función que cumpliera esta pintura, es interesante resaltar la habilidad del pintor en uso del temple con una paleta caliente en la que los amarillos y los rojos producen una explosión lumínica totalmente adecuada al ambiente sumamente sensual que evoca la escena central con los dos amantes en primer plano en sombra, contraponiéndose al fondo encendido donde se desarrolla la acción en movimiento. Los desnudos femeninos absorben la luz que penetra desde el lado derecho produciendo una sensación asimilable a la producida por la luz de una hoguera, con las tonalidades naranjas que parecen envolver algunas figuras. Este resplandor lejano da unidad cromática al tríptico, iluminando también los paneles laterales en los que los primeros planos quedan sumidos, sin embargo, en una cierta penumbra crepuscular en la que cabe imaginar el eco de la llamada de Cupido a través del bosque y una llamada correspondida. En un juego totalmente simétrico, la composición se desarrolla en profundidad en los dos planos centrados verticalmente en torno al eje que marca la fuente y el surtidor de agua, amoldándose tanto a la escena principal como las figuras laterales al formato curvilíneo de la moldura (…) Sin embargo es interesante destacar que la unión de las tres piezas produce el efecto deseado por el artista, sugiriendo un escenario primaveral especialmente propicio para el desarrollo de los placeres del amor. 3
Todos estos argumentos, deberían bastar, para haberle concedido la primera medalla al pintor aragonés, sin embargo no fue así. Se presentaba el madrileño Eduardo Chicharro que disputó la primera medalla con una obra que no se ajustaba a las condiciones solicitadas en la convocatoria. Ante la presión, hubo marejada entre el jurado metido en grandes discusiones que provocaron la salida y abandono del escenógrafo Muriel. Al final dio el primer premio al pintor madrileño. La segunda medalla fue para Gárate, a quién la intriga arrebató la primera.4
Desde el año 2013, el tríptico, junto a otras dos obras más del pintor turolense, se encuentra en el Museo Nacional del Prado, procedente del legado de Antonio Pardo Fraile que en memoria de su esposa Julia Gárate López, hija del pintor, realizó con destino al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, institución que la traspasó al Prado en aplicación del R.D. 410/1995, de 17 de marzo, sobre partición de fondos.
Ficha: Juan José Gárate. El amor y las flores (boceto). 1910. Óleo/lienzo. 75,5 x 71,5. Museo de Zaragoza
Citas:
1-Aznar, Navarro. Francisco. Crónicas madrileñas. Del temple. al temple. Diario de Avisos de Zaragoza. 11/09/1911. P2
2- Val Lisa, José Antonio. Juan José Gárate. Tiempo y memoria. Prensas de la Universidad de Zaragoza. 2019
3- Gutiérrez, Ana. El amor y las flores. Museo Nacional del Prado. Memoria de actividades 2015. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Madrid, 2016. P364-366
4- Olivan Baile, Francisco. Centenario del pintor Juan José Gárate. Cazar. Zaragoza, 1971