José Antonio Val Lisa y Daniel Pérez Artigas
Dentro del paulatino proceso de renovación y reordenación del discurso expositivo de la colección permanente del Museo de Zaragoza, debido al cierre de las salas, por la construcción del parking de la calle Moret. Esta renovación general de la oferta expositiva del Museo, se inició con Goya y su ambiente artístico, seguidamente con el barroco y ahora le toca el turno al Renacimiento con dos salas, ubicadas en la primera planta del centro.
Manifestaciones artísticas en el Aragón renacentista: El siglo XVI, es una de las etapas más brillantes dentro del arte aragonés, que, junto con la castellana, constituye el núcleo principal de la plástica renacentista peninsular. En el nuevo sistema sobresalen dos importantes novedades: De un lado el interés por el esquema compositivo en el cuadro, por el otro, la búsqueda de la realidad en un intento de reflejar fisonomías reales y materias concretas con la constante introducción de los problemas lumínicos. La retablística, la escultura funeraria, la decoración arquitectónica, la pintura y las artes decorativas, fueron repertorios que los artistas, locales y extranjeros, contribuyeron al florecimiento artístico en Aragón gracias a una importante labor de patrocinio o mecenazgo artístico, que propició numerosos encargos de obras de arte. De este modo, durante el siglo XVI Aragón se convirtió en una tierra poderosamente atractiva para los artistas foráneos que introducirán las distintas corrientes del arte europeo del siglo XVI. Junto a las corrientes italianas se mantiene la influencia de maestros flamencos cuya presencia aquí es notable dada la abundancia de encargos que se realizan. Por último, cabe destacar el esplendor conseguido por la escultura aragonesa, en su mayor parte realizada en alabastro frente al uso habitual, en los talleres castellanos y andaluces, del mármol importado de Italia.

Pero volvamos a lo que nos ocupa, las dos salas reabiertas al público en el museo zaragozano, ilustran perfectamente la evolución de las manifestaciones artísticas en Aragón durante ese periodo tan crucial en lo estético, filosófico y político como fue el Renacimiento. La primera de las salas ofrece una selección de piezas que pueden encuadrase en el llamado Alto Renacimiento (1515-1550). Entre ellas, destaca el conjunto de escultura de alabastro que ocupa el centro de la sala de los dos nombres más importantes del momento: Gil de Morlanes y Damián Forment, la gran figura del cinquecento clasicista aragonés. De este último autor, destacaremos su San Onofre (1520), aparece representado el santo anacoreta luciendo barba y larga cabellera hasta los tobillos, la disposición de la figura, con la cabeza levemente inclinada, los brazos cruzados y la pierna adelantada le dan un carácter naturalista al que se suma la lograda expresividad del rostro con una inquietante mirada. En lo que respecta a la pintura, destacamos el Retablo de San José (1510), de autor anónimo, y procedente de la iglesia parroquial de Albalate del Arzobispo (Teruel), obra de tránsito desde las formas tardogóticas a un leve renacimiento en elementos más modernos como el trono del santo titular, o los motivos que decoran el guardapolvo del retablo. De gran calidad son las tablas del retablo mayor de Sijena, dónde el autor, consigue una factura impecable a través de un dibujo minucioso y un colorido brillante y luminoso en el que predominan los tonos cálidos. En la segunda sala, dedicada al Segundo Renacimiento (1550-1600), domina la pintura. La excelencia y la singularidad se encuentran en los retratos del rey Alfonso V de Aragón (1557) de Juan de Juanes, en la obra aparece el rey retratado de medio cuerpo, visto de frente y ataviado con armadura, destacando así su papel militar que queda reforzado por la espada que porta en su mano izquierda, contrastando con ello encontramos su cabeza descubierta que alude al carácter pacífico del rey. El monarca se sitúa tras una mesa sobre la cual se disponen una serie de objetos como el casco, la corona real y un libro abierto, los tres elementos hacen alusión a sus tres facetas: rey, guerrero y hombre de letras, así como el Doble retrato de matrimonio (1577-85), de Lavinia Fontana, en el anverso, el esposo aparece con vestimenta negra, sujeta un clavel con la mano izquierda mientras que en el dedo meñique lleva anillo con piedra azul, se reconoce una espada en el mismo costado. Le acompaña el habitual perrito faldero. En el reverso aparece la figura femenina vestida de rojo, con abanico de plumas y joyas de modelo renacentista. Se echa en falta la alianza que debía llevar en el meñique de la mano izquierda debido seguramente a una falta en la pintura. También están presentes en esta exposición pintores de primera fila como Rolán de Mois, Pablo Scheppers y Scipione Pulzone o Jerónimo Vallejo Cosida, el pintor local, más importante del Renacimiento aragonés, del que destacaremos el Retablo de la Virgen con el Niño (1569), obra maestra de la que nos ocuparemos en otra ocasión, o su Nacimiento de San Juan Bautista (1574), composición en la que el color y la elegancia denotan un claro lenguaje manierista. En general en la escena predominan los tonos fríos que armonizan las formas y se ajustan a la delicadeza de las figuras femeninas, tratadas siempre por Cosida con dulzura y amabilidad.

Novedades: De las 40 obras expuestas en las dos salas, 14 son inéditas; En la primera sala se incluye una vitrina con una selección de piezas de cerámica esmaltada de los alfares de Muel, características del siglo XVI. De Damián Forment, se presenta una escultura inédita, San Ana, la virgen y el Niño (1530-40), destaca en el conjunto la elegancia de las formas, el plegado de las ropas que sirven para el estudio anatómico de las figuras. Con el contrapposto de la figura del Niño en diagonal, enlaza las imágenes de la Virgen y santa Ana que se mantienen en equilibrio entre ellas. El resultado es una composición bellísima. De la segunda sala, destacaremos la incorporación a la muestra de la recién adquirida tabla de la Virgen del Rosario (1590), así como el retrato del noble aragonés Hugo de Urriés (1595), ambas obras de autor desconocido. De la primera composición, denota un dibujo bien definido, con un cromatismo que destaca sobre todo en la túnica y en la capa de la Virgen. Los rostros de la Virgen y el niño, recuerdan a modelos flamencos, mientras que los personajes que se sitúan en los primeros planos muestran expresividad individual. En cuanto al retrato del noble aragonés, aparece representado de medio cuerpo, sobre un fondo neutro, y se gira a la derecha para mirar al espectador. Viste con indumentaria del reinado de Felipe II, jubón oscuro, y capa corta; La tipología sigue los estilemas de autores como Antonio Moro o Sánchez Coello. Completa la sala la impresionante silla abacial del coro de monasterio de Rueda (1575) y un respaldo de una silla del coro del monasterio de Veruela, ambas obras esculpidas en madera y que nunca antes habían sido expuestas en el museo.
Calidad y variedad al discurso integrando diferentes obras de diferentes materiales y usos, para dar a entender al público, la complejidad de la estética ligada a una sociedad concreta, en un periodo concreto de la Historia, como es el Renacimiento.