EXPOSICIÓN

José Antonio Val Lisa y Daniel Pérez Artigas

La forma de gobierno habitual  en los Estados cristianos medievales fue la monarquía, el conocido “rey por la gracia de Dios”, se estableció así  como la doctrina del origen divino del poder real, que marcaría la vida de los príncipes medievales desde su nacimiento hasta su muerte. De esa idea participaron todos los reyes aragoneses; de igual modo, la misión principal del monarca era reinar procurando el bien común, mantener la paz pública, ejercer la justicia y consolidar un heredero  a la sucesión al trono, que se vincule a la pertenencia de un linaje, y por tanto, tenga dignidad real. Como es ley natural, para todo mortal, a los reyes también les llegaba la hora de  la muerte, sus fallecimientos se convierten en actos públicos, desde muy temprano se considera que los monarcas tienen derecho a una serie de honores reales, por tanto deben ser enterrados en espacios que, además de estar revestidos de un marcado simbolismo, adquieren una nueva dimensión  como custodios de la memoria del reino. Los panteones se ubican en los monasterios, lugar donde toda la comunidad de los monjes puede captan el perdón divino por medio de sus oraciones y lo distribuyen a su alrededor.

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Pere Oller (atrib.). Ceremonia funeraria llamada “correr las armas”. 1412-1417. Alabastro policromado. Museo del Louvre, París. Fotografía de Daniel Pérez Artigas

Cuando pensamos en la Edad Media, monasterios, castillos y catedrales son el tipo de construcciones que la mente nos evoca, provocando inmediatamente nuestra admiración. Pero, si se trata de un monasterio, percibiremos ecos de siglos pasados,  enmudeciendo ante  las bóvedas, esculturas o los capiteles, que han sido testigos mudos del pasar de la historia. En Aragón conservamos cuatro Panteones Reales, uno condal y otro de mujeres que formaron parte del linaje de los reyes. Se hallan en distintos estados de conservación y merecen toda nuestra atención y nuestro aprecio. En enero del 2018 el Gobierno de Aragón, anunciaba la creación de una ruta cultural por  los tres panteones reales de la comunidad (San Juan de la Peña, San Pedro el Viejo y Santa María de Sijena), ahora, el gobierno autonómico, en colaboración con la Fundación Ibercaja recorren la historia de Aragón, su linaje real y su patrimonio a través de la exposición Panteones Reales de Aragón.

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Pedro Espalargues (atrib.). Virgen con niño entronizada, ángeles y donante religiosa. Siglo XV. Temple sobre tabla. Museo de Arte Español Enrique Larreta. Ministerio de Cultura, Ciudad Autónoma de Buenos Aires (Argentina). Fotografía de Daniel Pérez Artigas

Esta exposición, comisariada por la historiadora Marisancho Menjón, plantea un recorrido cronológico y espacial, dividido en diez ámbitos o bloques temáticos. Empieza en el gran centro espiritual de los Pirineos, el monasterio de San Juan de la Peña, primer panteón real de Aragón, y desde el mítico cenobio de San Victorián, hacia el llano. Se detiene en primer lugar en Santa Cruz de la Serós, tras este monasterio pirenaico, ejercerá ocasionalmente las veces de panteón real el de Montearagón, que albergó los restos de Alfonso I el Batallador hasta 1854, momento en que fueron trasladados a la capilla real del monasterio de San Pedro el Viejo de Huesca, donde se enterró a Ramiro el Monje. Posteriormente la exposición se encamina hacia Barcelona, en cuya catedral quiso ser enterrada la reina Petronila, y llega hasta Sijena- recordemos que, según avanzaba la expansión del reino,  la dinastía llevará sus sepulturas hasta esta  iglesia de fundación real, donde fueron enterrados hasta su profanación la reina doña Sancha, su hijo Pedro II y sus hijas Leonor y Dulce-. Junto a estos espacios monásticos, la exposición dedica una mención a Poblet, donde están enterrados cinco de los diez reyes de la familia de los Aragón (Alfonso II, Jaime I, Pedro IV, Juan I y Martín I) y tres de los cuatro de la familia de los Trastámara (Fernando I, Alfonso V y Juan II), y al monasterio de Santes Creus (Tarragona), que  será el Panteón Real de Pedro III y Jaime II. En el centro del recorrido se presenta un espacio dedicado a las ceremonias fúnebres, a la muerte del rey, la liturgia funeraria, el luto, las capillas ardientes y los rituales caballerescos constituyen un espectáculo dramático cargado de elementos simbólicos que debe  interpretarse como un acto de exaltación a la monarquía. La exposición finaliza con un recuerdo a las figuras del linaje que  fueron sepultados «lejos de casa», es el caso de la reina  santa, Isabel de Aragón, reina de Portugal, cuyos restos se encuentran en Coímbra, en el Monasterio de Santa Clara-a-Nova,  Fernando el Católico, que se encuentra enterrado en la Capilla Real de Granada, o el de sus hijas, Catalina de Aragón o Juana I de Castilla, heredera del linaje de la casa aragonesa. Por si fuera poco, durante las fiestas navideñas la fachada de los jardines del Edificio Pignatelli se convertirá en un inmenso lienzo sobre el que se proyectará, de modo inédito, una espectacular producción de mapping con la que se pretende alentar al público a visitar la muestra, además de contribuir a hacer del espacio urbano un motivo de celebración de nuestro patrimonio histórico.

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Collar de Santa Isabel. Siglo XVI, sobre piezas originales del siglo XIV. Museo Nacional Machado de Castro, Coímbra, Portugal. Fotografía de Daniel Pérez Artigas

La Sala de la Corona del Edificio Pignatelli, no es un espacio fácil, para albergar una exposición tan arriesgada. La muestra, reúne 144 piezas procedentes de una treintena de instituciones, a nivel local, nacional e internacional. De todas ellas, las más relevantes son: el alabastro policromado, titulado Ceremonia funeraria llamada “correr las armas”, procedente del   Museo del Louvre, el Báculo del arzobispo Alonso de Aragón, que se expone por primer vez,  la tabla de Pedro Espalargues, titulada Virgen con niño entronizada, ángeles y donante religiosa, procedente de Sijena, y que presta el Museo de Arte Español Enrique Larreta, de Buenos Aires, el magnífico collar de Santa Isabel, que regresa a Aragón completamente restaurado, y que procede del  Museo Nacional Machado de Castro, en Coímbra, Portugal o la monumental pintura de historia, Últimos momentos del rey don Jaime el Conquistador en el acto de entregar su espada a su hijo don Pedro cedida por el Prado y que regresa de nuevo a Zaragoza, tras muchos años  de ausencia en el Museo de Zaragoza. Se trata de piezas de arte mueble, algunos muy bellos, así como libros y documentos que en su mayor parte nos están hablando de un esplendor perdido, riquezas materiales que dan  forma a  una idea de lo que fueron estos centros religiosos, dada la protección real de la que gozaron. La desamortización de 1836, disgregó estos tesoros en distintos museos e instituciones, cuando no en particulares-precisamente la exposición se apoya bastante en la obra del erudito oscense Valentín de Carderera, quien con  sus dibujos, aguadas y acuarelas, de las bellezas y monumentos arquitectónicos  del patrimonio artístico español, estaba realizando una impagable labor investigadora e inventariada-.

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Jordi de Déu. Fragmento de las tumbas reales del panteón de Monasterio de Poblet. c. 1370. Talla en alabastro. Museu Monestir de Poblet  (la calavera de la reina). Fotografía de Daniel Pérez Artigas

Esta exposición debería  servir para aumentar la valoración de nuestro patrimonio cultural  en  la conciencia de todos. Esos centros monásticos contribuyeron a la memoria histórica de un reino que una vez fue Corona.

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Escena de la proyección en la fachada exterior del Edificio Pignatelli. Fotografía de Daniel Pérez Artigas

Panteones Reales de Aragón. Sala de la Corona del Edificio Pignatelli (acceso por la parte de atrás del edificio, la más próxima a la plaza de Toros, en la calle Vicente Gómez Salvo). Hasta el 17 de marzo del 2019

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