José Antonio Val Lisa y Daniel Pérez Artigas
La pintura posee el poder de manifestarse en un universo de posibilidades tanto materiales, como a través de infinitos canales de transmisión. El espectador la interpreta a su antojo, bien por su parecido a la realidad o por la supuesta destreza del artista en imitar cierto tipo de realidad natural o material, o por intenta entenderla y relacionarla con sus propias referencias vitales, estéticas, o a través de su poca o mucha experiencia artística. La contradicción atañe de pleno el papel otorgado por el artista a la pintura. La dialéctica se establece entre la obra y el espectador, como un canal de expresión que busca mecanismos gestuales o semiautomáticos que nos permite ver, analizar, relacionar y comparar los saltos al vacío o las continuas discontinuidades de la producción artística de un artista. En todo caso, el color, ha sido siempre lo más importante de la pintura, bien lo sabe el artista zaragozano Sergio Abraín, que anda celebrando sus 45 años de oficio, en una gran exposición en el Palacio de la Lonja. La integración del color en el trazo, es el gran despertar material de Abraín, a partir de este momento, cada montaje es concebido como un poema visual, que acaba alcanzando la consideración de Arte.
Podríamos afirmar que, a Abraín nunca le han gustado los corsés ni las etiquetas, siempre ha estado en busca de territorios libre para el arte. Su labor como galerista y agitador cultural, entre 1979 y 1985, en una ciudad como Zaragoza, tozuda, áspera y cicatera en lo tocante a proyectos culturales y artísticos, refleja a las mil maravillas que Abraín es, ante todo, un personaje multidisciplinar, con el ánimo de dinamizar el mundo cultural. Su afán de comunicar, le llevó a incursiones en el mudo editorial, con su ya histórica publicación Zoo-Tropo, una iniciativa que dejó huella en el panorama de la cultura aragonesa de los años ochenta.

Todo cabe en mundo de un artista, el arte de Abraín es ante todo producción, abstracción geométrica, fascinación por la poesía visual, por el lenguaje y dimensión ideológica. La exposición que puede verse hasta final de año en la Lonja, no es ni una antológica, ni la podríamos calificar de retrospectiva; más bien estamos ante una valoración objetiva del trabajo realizado durante tanto tiempo, para ver cómo algunas de las obras más importantes, de diferentes etapas de su trayectoria artística dialogan entre sí. La obra se ha distribuido tanto cronológica, como espacialmente, con el fin de dar a la muestra un concepto dinámico, entretenido e incluso algo didáctico. Nos encontramos ante composiciones sorprendentes e imprevisibles, donde la intervención de su pincel inconfundible, crear volúmenes con profundidad y perspectivas virtuales en cierto grado reconocible y aceptable para los espectadores pese a su extrañeza.
A un surrealismo social y agresivo, de los primeros años, dónde la agresividad de la imagen, causa un choque en el espectador, con la intención de dotar al a obra de una mayor capacidad de comunicación, pasamos a las ficciones visuales, dónde los conductos, tubos y barras de Abraín son como el molde visual de todo aquello invisible que puede existir gracias a nuestra imaginación.

Abraín siempre ha sido libre, gestual expresivo, furioso y crítico. En sus telas, reina la fuerza, el gesto, mediante la creación de formas originales, la modernidad, se abre paso en su arte abstracto, permitiendo que distribuya y ordene la acción del cuadro. El artista ha estado evolucionando en sus poemas visuales, bien sean metafóricos o abstractos, transitando felizmente por territorios visuales en los que una atmósfera de silencio da protagonismo a cada ingrediente de su pintura.
Un recorrido a través de la memoria artística de Sergio Abraín, que aporta una visión singular al mundo de arte.
Sergio Abraín. Rompiendo el tiempo (1974- 2018) La Lonja. Hasta el 31 de diciembre del 2018